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Cap 6. ¡Bienvenido a la aventura!

Ésta entrada es para Isu W.H, una nueva seguidora :) ¡Cuánto llevo sin actualizar! Exámenes...

Corríamos y saltábamos. Me adelanté e impulsé la carrera con las alas, sintiéndome muy libre.

-Eh, ya, vale-dijo Klever entre jadeos- Yo no tengo alas, ¿recuerdas?

Sonreí, y retrocedí sin muchas ganas.

-Vamos, vamos. Por cierto, ¿por qué hemos salido corriendo?

-Los servicios sociales venían a buscarme.

-Perfecto, ahora nos buscan a los dos.

-Puedo ir contigo, ¿verdad? Aunque no sé cómo vas a poder viajar volando con el paso que llevo yo…

-Ya lo pensaremos. De momento intenta tener un “paso”, por lo menos.

-Cómo mandes.

Andamos entre los árboles. Saqué los mapas y dicté una dirección. Pasado un tiempo, me di cuenta de la expresión torturada en el rostro del chico. Supe en qué estaba pensando, e intenté distraerle.

-¿Conoces ésta zona?- pregunté. No se me ocurría nada más.

-Creo que sí, de hecho, aquí también hay una feria. Hacen fiestas por la llegada de la nieve, aunque la de éste pueblo suele ser una feria tradicional, no medieval.

-Ajá.

Desesperación. Pobre Klever. ¿Aparecía ya la feria o tenía que preguntar alguna otra sandez?

Como salvada por la campana, salimos de entre los árboles para encontrarnos en otro pueblo de casas bajas. Consulté el mapa y verifiqué que era una de las paradas. De todas formas no podíamos estar mucho allí si los servicios sociales empezaban a buscar. Ahora que la noticia de mi desaparición había salido por televisión, opté por ponerme la capucha y tapar el pelo castaño que me podría identificar. Dije a Klever que se pusiese también la capucha de su sudadera.

No tardamos en escuchar la música de la fiesta próxima. Llegamos a una gran explanada cubierta por puestos de tejados cónicos, rojos y blancos, y atracciones.

Puestos de manzanas de caramelo, de algodón de azúcar, un tío vivo, el clásico “saltamontes”…Y niños tirando de sus padres por todos lados. Mucha gente que me agobiaba, no tanto como en la anterior feria, ya que está estaba en un lugar mucho más espacioso. La música era repetitiva y estridente.
Sin embargo, a Klever parecía gustarle el ambiente. Le recordé que no se dejase ver demasiado, y empezamos a andar entre las tiendecitas.

Me paré en una estancia en la que te daban un premio si acertabas al centro de una diana. La diana era traicionera, y se movía. Me pareció extremadamente fácil. Más sencillo de lo que lo hubiese creído normalmente. Saqué una moneda de euro del monedero.

-Adriana eso es un engañabobos, ¿no ves el tío que está detrás moviendo la diana?

Me encogí de hombros.

-¿Qué dan si acierto al centro?

-Peluches de la banda del medio, si aciertas cinco veces seguidas una moto de ésas de ahí, sí, la pequeña.

Señaló una moto pequeñita que se exponía en un pedestal lleno de luces.

-Deme cinco.- el señor sonrió.

-¡Adriana! No tiene sentido, nadie ha conseguido la moto porque ¡éstos tipos no son estúpidos!

Lo ignoré y apunté a la diana con el dardo en la mano. Era muy fácil. Muy, muy fácil. De repente, mi vista era aguda y precisa. Por mucho que el tipo que había detrás de la diana se empeñase en evitarlo, el dardo llegó limpiamente al centro. La gente que paseaba por allí me miró asombrada. Los dos tipos del puesto empezaron a sudar.

-¡Para que vean que no es imposible ganar!-intentó sacarle provecho el hombre- Bien, niña, uno de los peluches ¿entonces?

-No, voy a por la moto.-la gente que estaba alrededor del puesto me victoreó.

El dardo llegó otra vez al centro de la diana, mi vista calculaba la trayectoria de modo infalible.

-¡Eh, no, espera! ¡Aquí no se permiten profesionales!

-No lo soy- dije, y otro dardo atravesó el centro de la diana.

La gente era ya una gran multitud, que se había quedado muda para dejar que me concentre. Me agobiaban, pero eso no interfirió cuando el cuarto y penúltimo dardo se clavó en el centro de la diana otra vez.

Los hombres se miraron preocupados. La moto no era un modelo especialmente barato, el novio de mi prima fue mecánico y gracias a eso yo sabía algunas marcas de vehículos. Cogí el dardo y se hincó en eje de la diana, con la banda sonora de aplausos y aclamaciones. Sonreí satisfecha. Los hombres parecían pensar en si deberían huir con el tenderete. No, demasiados testigos. Me daba algo de pena que aquellos pobres hombres perdiesen el primer premio de su timo, pero Klever necesitaba transporte. Éste último se había quedado mudo y me miraba con los ojos como platos.

-La moto- exigí. Los hombres me la dieron, y comprobé que funcionase. Les dije que tenía dieciocho años para que no tuviera que llamar a mis padres para recoger la moto. Eso habría sido extraño.

-¡Madre mía Adriana! ¿Cómo lo has hecho?- Exclamó Klever.

-Toma, para ti.-dije tendiéndole la moto.

-¿Qué?

-La necesitas, así podrás ir a mi ritmo.

-No, es tuya.

-Yo no la quiero, Klever. Es una regalo de bienvenida ¡Bienvenido a la aventura!

Sonreímos.

-Gracias- dijo, y me abrazó con un beso en la mejilla.

Salimos de la feria con el premio entre las manos, y nos adentramos de nuevo en el bosque, como indicaba el mapa.

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